La guerra de Malvinas en el ámbito de la literatura ha sido un hecho recurrente durante los últimos años. La relevancia y necesidad de recuperar ciertos retazos y cicatrices del pasado traumático sobre aquel acontecimiento bélico pueden condensarse en dos aspectos primordiales. Por un lado, sabemos que desde el 27 de noviembre de 2006 se ha implementado la Ley Nacional de Educación 26.206 cuyo artículo 92 fundamentaba la necesidad de incorporar contenidos curriculares en las escuelas sobre la enseñanza de la Guerra de Malvinas (1982) y en función de generar en los/las estudiantes reflexiones y sentimientos democráticos ante un acontecimiento tan significativo para la memoria colectiva. Por otro lado, la frase “Las Malvinas son argentinas”, que todo argentino escolarizado pronunció con tanto orgullo antes y durante el conflicto bélico, se vio tergiversada por el uso que el terrorismo de Estado hizo de dicha causa, provocando que muchos reaccionaran de manera divergente: con desencanto, ironía, pero, sobre todo, prefiriendo no hablar del tema. De allí que las producciones literarias o ficciones sobre la guerra se hayan publicado sobre todo después del 2000. En tal sentido, los libros de literatura infantil sobre Malvinas son muy recientes y coinciden con la reinstalación del tema en la sociedad, especialmente en 2012 con la conmemoración del 30° aniversario de la guerra.
En efecto, el corpus narrativo infantil sobre la guerra comprende un número acotado de libros al día de la fecha: Como una guerra de Andrés Sobico (Del Eclipse, 2012); Pipino el Pingüino, el monstruo y las Islas Malvinas de Claudio Garbolino (Dunken, 2013); El asombroso libro de Zamba en las Islas Malvinas (Ministerio de Educación, 2015) y El niño zorro y el niño Comorán (Eduvim, 2018).
En 2021 nuestra literatura se viste de gala para recibir con orgullo el breve relato de Verónica Badoza cuyo título profesa la frase “Un héroe sin capa: la historia de Horacio”. Este pequeño libro, publicado recientemente por la Municipalidad de Bolívar y distribuido a los establecimientos educativos, ha sido de gran interés para Lobos por reconocer entre sus páginas a nuestra ciudad y cuya figura resplandeciente –desde su sonrisa y esencia– es Horacio Echave. Ya todos conocemos su historia y su papel destacado en la guerra. “El topo”, nacido en Bolívar y radicado en Lobos durante su infancia-adolescencia, pilar fundamental en el que se funda la historia cultural y representativa de dos pueblos. Una identidad híbrida que se balancea entre Bolívar y Lobos.
Esta edición se trata de la adaptación infantil del libro biográfico y testimonial publicado en 2019 por la Municipalidad de Bolívar: Hasta tu sonrisa siempre, de Chino Castro. En tal sentido, resulta pertinente preguntarnos: ¿cómo plasmar el pasado traumático en la escritura desde una óptica inocente e infantil?, ¿es posible transitar los escabrosos rincones del pasado sin necesidad de acudir a descripciones trágicas, explícitas, con cierta carga ideológica y sin ningún resguardo?, ¿en qué medida un breve relato infantil puede emocionar e interpelar desde las experiencias sensibles? En efecto, el cuento “Un héroe sin capa” de Badoza es la respuesta más apropiada a estas preguntas.
El relato se abre con Cata y Pedrito, dos personajes que asisten al jardín de infantes y que adoran vestirse de héroes con capa y ornamentos adecuados para la ocasión. Los poderes que imaginan tener –rayos X, invisibilidad y destrezas de todo tipo– serán la puerta de acceso para recuperar la memoria inofensiva de una guerra violenta. Cata y Marti, dos de las nenas de la historia, dejan entrever la otra lucha de la guerra: la participación y el rol de la mujer como lugar destacado en Malvinas. Hermanas, madres y abuelas que esperan a sus pequeños valientes.
No están todos en esa convocatoria de juegos. Falta Benja. Pero él no está decidido por su traje y se encuentra junto al bicicletero “Quito” quien le dará una enseñanza que atesorará por siempre: “para ser un héroe, no se necesitan superpoderes […] Yo conozco un héroe que cuando era chiquito como vos venía a inflar la bici al taller y tenía un poder que hacía que hasta las cosas más tristes y dolorosas desaparecieran, al menos por un rato, mientras él estaba”, le dice. La sorpresa de Benja es tal que ya no quiere ir a jugar con sus amigos. Necesita con urgencia conocer esa historia.
El relato transcurre en Lobos. Benja se siente tan interesado por la vida de aquel héroe que quiere, incluso, escribirle una carta para saludarlo. El pequeño valiente tenía nombre y se llamaba Horacio. Quito le cuenta que Horacio, apodado “el Topo” por sus orejas grandes, era un chico de barrio que inflaba la bici siempre allí y que le encantaba jugar a la pelota. A lo que Benja con aire inocente pero a la vez decidido y muy certero lo reta “pero no está bien reírse del cuerpo de las personas”. Una historia que trastoca la experiencia sensible de la guerra para trasladarla al mundo actual e infantil.
La experiencia de Benja es tan acotada por su edad y tan distinta que cuando Quito le menciona que Horacio estuvo en la guerra, el infante se pregunta: ¿Horario estuvo en la Guerra Mundial? A lo que Quito le cuenta –con cierta cautela– que este héroe peculiar, junto a otros, dejó su vida en Malvinas pero que su sonrisa brillante y voluptuosa siempre estará latente en los intrincados recovecos de la memoria.
Benja ahora tiene una historia para contarles a sus amiguitos y sabe a qué héroe quiere representar. Pero sus compañeritos del jardín toman una postura muy noble. Dejan de lado sus deseos de vestirse como héroes y heroínas para narrar y reproducir entre todos algo mucho más importante que un simple juego: la historia que Benja les había contado con orgullo sobre la vida de Horacio.
Por tal motivo las líneas que escribe Badoza –en adaptación al volumen Hasta tu sonrisa siempre– son la conjunción perfecta entre memoria, infancia y justicia que se requieren para pensar las fracturas y cicatrices que recorren las letras y las artes en la cultura local. En efecto, el trabajo de memoria que condensa este relato es ser la pieza esencial que corona los sitios de la memoria para enlazar, o quizás, intentar restaurar las numerosas perspectivas sobre la construcción de un pasado sensible en la cultura de Lobos y así propagar las voces que acechan violentamente a la historia reciente desde una óptica adecuada para las nuevas infancias.
Enzo Menestrina (Universidad Nacional de La Plata).