Querida comunidad diocesana, queremos compartir una sencilla reflexión ante el desafío que siempre nos presenta este día, apoyados en la Palabra y en el rico Magisterio Social de la Iglesia.
– Creemos que es un día de hacer memoria de tantos hombres y mujeres que lucharon y luchan por el derecho a un trabajo digno y en condiciones de estricta justicia.
– Día de gratitud hacia papá, mamá, abuelos y abuelas, que nos dejaron el legado del trabajo como camino de felicidad y desarrollo, de verdadera promoción integral.
– Día de contemplar con dolor cómo el poder, económico, político, tecnológico…, se vuelve contra los hombres y mujeres de trabajo, vulnerando sus derechos, profundizando la cultura del descarte, la discriminación, la desigualdad, y estableciendo la cruel primacía del mercado por encima de todo, arrojando en formas cada vez más sofisticadas y duras de pobreza a pueblos y comunidades, en nuestro país y en el mundo entero.
– Día, sin embargo, de confiar y celebrar al Dios vivo que, en Jesús, hijo del carpintero José de Nazaret, no deja de revelarnos la dignidad invencible de cada trabajador, varón y mujer, capaces de transformar el mundo y crear nuevas formas de esperanza para todos.
– Día de asumir, como José, desde la fe, nuestra responsabilidad ante la realidad que vivimos.
Y nos dice Francisco: “… lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en San José, que no buscó atajos, sino que afrontó con los ojos abiertos lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona”. (Patris Corde, 4).
Y preguntarnos “¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?” (Patris Corde, 6).
– Y día de soñar, con los sueños golpeados pero intactos, protagonistas de nuestra esperanza, y con firmes anhelos de unidad, que nos permiten decir con el Papa, en Fratelli Tutti:
“Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos».
Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”. (F T, 8)