Quien esto escribe tuvo el privilegio, allá por 1982 con unos pocos años en el teatro vocacional, de comprobar cómo dos personas, un actor y una actriz, podían llevar adelante una obra extensa y con muchas variantes, cuando se presentó Horacio Cerani en Acuyai, desde Chivilcoy, con aquel inolvidable Cuentetatro “Te acordás?” que jamás se borró de mi mente.
Unos años después, en el 90, ratifiqué aquel concepto cuando Juani Lucesole y Juan Zárate hicieron “Criaturas”, y también la “rompieron”.
Cuarenta años después, en la noche del sábado 2 de julio, en la Biblioteca Sarmiento, con sala colmada, sentí la emoción de saber que está plenamente vigente esa fantástica experiencia que el teatro nos puede permitir vivir.
La adaptación de “El Gran Deschave” que logró Dante Mazzeo cumpliendo su propio sueño de subir al escenario esa obra que lo impactó hace tantos años, es un espectáculo magnífico que suma un eslabón más en su exitosa trayectoria como director escénico.
El primer gran acierto de Mazzeo fue, sin lugar a dudas, la elección de los protagonistas, porque lisa y llanamiento, sin más vueltas, Silen Cambareri (Susana) y Lucas Rubano (Jorge) “se comieron la pieza”.
Definida como una comedia dramática, este argumento que sumó cinco temporadas de rotundo éxito en los principales teatros de Buenos Aires allá por los 70 y principios de los 80, tiene pasajes de comedia brillante y de grotesco, con una cantidad de matices que Silen y Lucas manejan de manera impecable.
No hay un segundo desperdiciado sobre el escenario desde la situación que dispara el deschave: el servicio de Internet que se corta cuando estaban dispuestos a ver la serie favorita de ella.
Allí comienza todo lo que mantiene el interés de la platea con diferentes reacciones, la risa que enseguida plantea su porqué, la emoción que llega excelentemente transmitida desde el escenario, y ese silencio sepulcral desde el inicio del desenlace hasta el remate, para romper en el sostenido aplauso que premió lo entregado.
Hasta la aparición de Dante Mazzeo encarnando a ese Martinucci que estaba tan presente en el conflicto de la pareja que era imposible que no le conociéramos el rostro, es un complemento perfectamente introducido para cortar la tensión que se estaba dando en uno de los momentos más fuertes de la obra.
Los espacios, los silencios, los segundos planos cuando la palabra la tiene el otro, esa secuencia inigualable donde se enciman y mezclan los recuerdos de ella y de él, y el estupendo manejo del límite emotivo y el llanto conmovedor, todo lo hicieron a la perfección Silen y Lucas, con una genial dirección, y ahí radica la calificación de brillante de esta propuesta que no se pueden perder los lobenses aunque en muchos pasajes golpee y quizás mueva a algún replanteo personal.
Además, muy bien lograda la ambientación, exactos los aportes de luces y sonido de Alejandra Báez y Clara Troncoso, respectivamente, y el diseño lumínico logrado por Guillermo Gagiotti y Alfonso Medina.
Habrá funciones todos los fines de semana de julio, sábados a las 20,45 y domingos a las 18,45.